La física tiene sus propias piedras de Rosetta. Son sistemas de cifrado, que se utilizan para traducir los regímenes aparentemente dispares del universo. Relacionan la matemática pura a cualquier rama de la física que usted pueda desear.
Está en la electricidad. Está en el magnetismo. Está en la mecánica de fluidos
La física tiene sus propias piedras de Rosetta. Son sistemas de cifrado, que se utilizan para traducir los regímenes aparentemente dispares del universo. Relacionan la matemática pura a cualquier rama de la física que usted pueda desear.
Está en la electricidad. Está en el magnetismo. Está en la mecánica de fluidos. Está en la gravedad. Está en el calor. Está en las películas de jabón. Se llama la Ecuación de Laplace. Está en todas partes.
La ecuación de Laplace es llamada así por Pierre-Simon Laplace, un matemático francés lo suficientemente prolífico para mantener una página de Wikipedia con varias entradas del mismo nombre. En 1799, demostró que el sistema solar se mantuvo estable durante escalas de tiempo astronómico, contrariamente a lo que Newton había pensado un siglo antes. En el transcurso de probar el error de Newton, Laplace investigó la ecuación que lleva su nombre.
Tiene sólo cinco símbolos. Hay un triángulo al revés llamado Nabla que está elevado al cuadrado, la letra griega phi ondulada (otras personas utilizan psi o V o incluso una A con una flecha encima de ella), un signo igual, y un cero. Y con sólo esos cinco símbolos, Laplace leyó el universo.
La ecuación de Laplace surge en cualquier parte a donde usted voltee y sólo tiene que resolverla una sola vez.
Continúe leyendo en Wired
Crédito de la imagen: Brendan Cole